viernes, 20 de febrero de 2009

La tiza

Estuve en la escuela de Doña Antonia, un patio y dos habitaciones. No tengo la sensación de haber estado sentado en pupitre o algo que se le pareciese. Únicamente recuerdo una pequeña pizarrita , un pizarrín y a una cara femenina cuya voz me resultaba… De ella recibía la primera orden:
-Mira como lo hago. Ahora, tú.
Cuando terminaba, la improvisada profesora me borraba lo que había hecho o me ponía otra muestra. Llegado el tiempo, se me llamaba a su mesa y en una cartilla me daba de leer. Después de leer, cruzaba el patio e iba a otra habitación con pizarrita y pizarrín a cuesta. Me sentaba en un banco y apoyando la espalda en la pared realizaba la correspondiente serie de números, seguido de cuentas de sumar, restar, multiplicar y dividir, que me ponía la titular del centro, Doña Antonia.
Nunca tuve recreo, y supe de relojes y de horas porque a las doce venía un chofer a recoger a un niño que salía una hora antes que el resto.
Un día, a las doce, me marché por mi cuenta y riesgo, con la esperanza de no regresar más…

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